La PENultima sonrisa (antes ultima sonrisa)

lunes, enero 18, 2010

*Me caí del mundo y no sé por donde se entra*

Version de Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo. Original de Mariano Duran (http://www.marcianoduran.com.uy/?p=176)

(Para mayores de 50)

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y
cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre
agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los
colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los
doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos
se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A
nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron
muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el
pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún
momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo
más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es
que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada
tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el
cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la
vida!

¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta
palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más
cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado
de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo
se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para
que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis
Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por
casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el
electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los
talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y
más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en
toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño
por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los
patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las
ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta
de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se
quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es
fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que
alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se
viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo,
porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado
. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por
Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de
celular
una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección
electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la
misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)
Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a
todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas
nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de
hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del
segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la
primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de
su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se
vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para
los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y
el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. .
¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de
los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner
delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una
piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le
sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para
hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo
guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que
se
tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores
descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en
sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las
llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que
alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras
Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si
había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos
resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo
viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!!
Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r
en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.
¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado
al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros
para
hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer
cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el
cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la
Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se
convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se
reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de
espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el
ganchito
de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra
mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de
nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos'
apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar
muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en
base
y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos
que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el
estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se
volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se
transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en
depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras
latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una
botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan
y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! *Me muero por
decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el
matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me
muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria
colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a
mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a
lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les
declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los
cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta
alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con
brillo,pegatina en el cabello y glamour.
*
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo
contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente
entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros
y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la
reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el
entregado.

*Eduardo Galeano*

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